sábado, 12 de junio de 2010

Bruselas parece la ciudad del perfil bajo. La gente puede tener muchísimo dinero y nadie podría saberlo. A diferencia de París, donde se ve a mucha gente vestida y con actitud de pasarela, es muy difícil encontrar eso en la capital belga.

Lo que sí se puede encontrar es carteles bilingües en cada esquina, se puede ver que cada organismo, museo, café, tiene dos direcciones en internet: una con el nombre en neerlandés y otra con el nombre en francés, y se puede notar que existe la dificultad para iniciar una conversación ya que no sabe en qué idioma habla el otro.

Aparentemente la mayor parte de los flamencos hablan francés, pero no sucede lo mismo con los francófonos de Bélgica, y parece que todo esto es un tema muy sensible (junto a la cuestión del sistema de gobierno y de partidos políticos). Justamente, este domingo hay elecciones en Bélgica, y por lo que me comentaron son bastaaaante importantes, ya seguiré interiorizándome.

Bruselas es muy, pero muy linda, y muy, pero muy relajada. Las cervezas son de lo más variadas, y el chocolate (no quiero ser monotemática, ya se que hablé de esto) es de lo más rico.

Bruselas es muy rica también en lo arquitectónico, tiene muchísimo edificios que te sacan la respiración y te dejan atontada. La plaza central, por ejemplo, tiene demasiada información arquitectónica. Debería sentarme en el piso, en el medio de la place, y dedicarle un buen rato a cada edificio, ya que cada uno está repleto de miles detalles.

En fin... como me sucede a menudo, pienso que podría vivir acá y ya siento pena por tener que partir.

Tampoco ayuda que la familia de Liesje sea tan pero tan fascinante y buena onda. Ahhhh... la buena vida...

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