lunes, 16 de noviembre de 2009

Ayer fui a Santa Teresa, un barrio antiguo de Río de Janeiro, con bajadas y subidas, porque está en la ladera de un morro. Muchas de sus calles son empedradas, muchas de sus casas son caserones.
En una de sus calles, cuando llegamos, habían puesto un televisor para ver el partido de Flamengo con no sé quién. Aprovechamos para ir hasta el Museo de las Ruínas, donde se puede apreciar una vista muy amplia de la ciudad, y un viento en el rostro que no se encuentra en muchas lugares de Río.
Anocheció y volvimos para el lugar donde la gente estaba reunida para ver el partido. El televisor ya no estaba. En cambio, habían aparecido los instrumentos, y la gente se preparaba para tocar.
Empezó la música, cada vez más gente se acercaba al lugar. Algunos bebían cerveza, otros sambaban, muchos cantaban. Éramos muy pocos los extranjeros. Poquísimos.
Llegó una señora. Tendría ochenta años. Quizás más. Muy blanca, cada espacio de su piel estaba arrugado. Llevaba havaianas y un vendaje en el pie izquierdo. Caminaba con un poco de dificultad. Muchos le ofrecimos el lugar para que se sentara. Pero ella dejó en claro que venía para bailar. Y eso hizo. Todo el tiempo en el que hubo música, ella bailó. Sola o acompañada, ella, con sus ochenta años (o más), con la piel arrugadísima, con la espalda encorvada, con el pie vendado, bailó.
La gente bailaba, la gente cantaba, se reía, bebía, disfrutaba. Y yo, me di cuenta que me tengo que quedar acá.

2 comentarios:

melu dijo...

Aparentemente la vida es algo que esta sucediendo en otro lado y de la cual yo no estoy participando! Llueve en la ciudad de buenos aires... y nadie samba!

Eowyn dijo...

Bueno, mientras vengas a visitar y tengas camas para aguantar visitas quedate nomás :)